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Libros, gatitos y café

La primera vez que entré en una biblioteca

5 de octubre de 2024
Índice

Un recuerdo inolvidable

Recuerdo vívidamente mi primera visita a la biblioteca, un acontecimiento que ocurrió cuando tenía tan solo siete años. Ese día, mi hermana me llevó de la mano a un lugar que prometía un mundo completamente nuevo lleno de posibilidades. Desde el primer momento, me pareció un lugar mágico y extraordinario.

Un sinfín de libros

Al cruzar las puertas, mis ojos se abrieron como platos. Nunca antes había visto tantos libros reunidos en un solo espacio; para mí, esa colección era un tesoro de un valor incalculable. En casa, mis volúmenes eran limitados y ya los conocía de memoria de tanto leerlos y releerlos. Pero en la biblioteca había un sinfín de historias, conocimientos y aventuras esperando a ser descubiertas. Era como si me hubieran abierto las puertas de un universo completamente nuevo.

Yo tenía algunos cómics de Tintín, ¡allí estaba la colección completa! Y lo mismo pasaba con Los Cinco, los del Barco de Vapor, los tebeos de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, etc.

Un selecto club

Lo que más me sorprendió fue la posibilidad de unirme a un selecto club que me permitía llevarme un libro a casa cada día. ¡Eso era una locura para mí! Tras abrirme ficha con una foto de carnet y cincuenta pesetas podía elegir el libro que más me apeteciera. En aquel momento 50 pesetas era lo que costaba hacerse socio de la biblioteca en mi pueblo, pero a mí me pareció súper barato pagar ese precio una vez en la vida por pertenecer a ese selectísimo club. Ni que decir tiene que con siete años yo no tenía ni cincuenta pesetas ni ninguna, pero mi hermana ya venía con el dinero y la foto preparados. Qué bonica.

Elegir un libro de entre tantos títulos se convirtió en un ritual fascinante cada vez que iba a la biblioteca, que por supuesto no era cada vez que yo quería (cada día, a devolver el libro que había devorado). Cada elección era una nueva aventura esperando a ser vivida. En el caso de los viernes por la tarde, era muy importante ya que me tenía que durar más, ¡todo el fin de semana! pues los sábados por la mañana era imposible ir a la biblioteca, mis padres tenían un terrenito y en fin de semana era sagrado ir allí, con lo que para mí ese libro debía ser lo más largo posible. Revisaba con ahínco las estanterías en busca de un libro que saciara mis expectativas.

Además, la paz y el silencio que reinaban en la biblioteca eran un bálsamo para mi mente activa. Me sentía como un refugio, un lugar donde podía desconectarme del bullicio del mundo exterior. Tampoco había, como hay ahora, un apartado para niños y otro para adultos, así que yo, muy seriecita, me sentaba junto a señores mayores que fumaban y leían periódicos y libros muy gordos de Vargas Llosa o de Cela. Recuerdo una vez en concreto que yo estaba leyendo a Gloria Fuertes rodeada de señores. No sé por qué, pero se me ha quedado ese recuerdo muy muy fresco…

En conclusión, mi primera experiencia en la biblioteca fue el inicio de un apasionante viaje literario. Allí descubrí un lugar que se convirtió muchas veces en refugio y sobre todo, muchas otras, en el suministro de mi

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